Copio la columna de Santiago Pedraglio en Peru21 de hoy:
El lunes pasado, a propósito de la conmemoración de los cinco años del ataque contra las Torres Gemelas de Nueva York, el presidente de Estados Unidos, George Bush, pronunció un discurso llamando a la unidad de su país en la lucha contra el terrorismo, con afirmaciones que pueden estar delineando un futuro de violencia incontenible.
El presidente norteamericano afirmó que la guerra contra el terrorismo es la "misión de nuestra generación". El mensaje sintetizado en esa afirmación indica cuál será la prioridad de la política exterior de Estados Unidos si los republicanos continúan en el poder. Al mismo tiempo, fija a la potencia mundial una tarea de décadas de guerra y no de convivencia pacífica, de violencia y no de superación de males sociales que, como la pobreza, agobian a la humanidad y producen -vía la desnutrición, por ejemplo- millones de muertes.
Intentando dar un sustento histórico a su idea, Bush agregó que "Esta lucha ha sido denominada un conflicto entre civilizaciones. Lo cierto es que es una lucha por la civilización. Luchamos por mantener un modo de vida, el de las naciones libres". Frente a este argumento no queda nada que discutir: la razón es sustituida por la defensa de un modo específico de vivir y, por lo tanto, de sentir y creer. Lo particularmente grave es que quien defiende este descarnado fundamentalismo es el político más poderoso del mundo.
La misión de Estados Unidos es presentada por Bush como un deber para con los herederos de su pueblo y sus tradiciones: "Si no derrotamos ahora a esos enemigos, nuestros hijos encararán un Oriente Medio dominado por estados terroristas y dictadores radicales armados con armas nucleares". ¿Qué significa "derrotar a los enemigos"? ¿Destruir países como Irak, sin conseguir, por lo demás, el supuesto propósito de instalar la democracia y menos aún la paz? En cuanto al objetivo del ataque, este no puede ser más claro: el Oriente Medio, es decir Irak, Siria, Líbano, Irán y los palestinos, aunque estos no sean todavía un Estado.
El inaudito designio de Bush tiene un horizonte centenario: "Derrotaremos a nuestros enemigos, protegeremos a nuestro pueblo y convertiremos el siglo XXI en una era dorada de libertad humana". Es muy probable que su discurso y sus propósitos hayan sido recibidos con beneplácito por los otros radicales y fundamentalistas, aquellos a los que él se opone, así como con preocupación por los hombres y las mujeres sensatos del Medio Oriente. Porque un horizonte como el trazado por Bush será usado para justificar la actividad terrorista de los primeros y descalificar a los segundos, en la sorda y compleja pugna que libran ambos puntos de vista en esa parte del planeta.
¿Y dónde quedan los valores democráticos? La tolerancia en la que se basan los principios y procedimientos liberales para vincularse con los 'distintos' se vuelve a hacer humo tras visiones apocalípticas como la proclamada por Bush el último 11 de setiembre.
miércoles, setiembre 13, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario