Ya la proclama de Videla advirtiendo al gobierno constitucional (frágil o no: ese gobierno era constitucional) que esperaría sólo tres meses para que se encaminarán las cosas o pasarían a proceder las fuerzas a su mando significó una amenaza que erizó a muchos y alegró a tantos otros que esperaban ansiosos el golpe. Una vez en el poder los militares (y hasta algunos de los cuadros civiles que los asesoraban y seguían rigurosamente) se encargaron de arrojar sobre la sociedad distintos tipos de amenazas. La cuestión era diseminar el terror. Todos eran pasibles de ser castigados. La amenaza indiscriminada conseguía el propósito de someter a la sociedad, de hundirla en el miedo paralizante. A la par de estas frases de amenaza los militares dejaban muestras del verdadero horror. Claramente dicho: un régimen de terror se oculta y se muestra. Si bien los secuestros y las torturas eran clandestinos no por eso dejaban de permitirse trascender fragmentos, parcelas del horror para que todos supieran que existía, que era real.
Así, a mediados de julio del ’76 una macabra información o relato o como quiera llamárselo (no quiero llamarlo “leyenda urbana” porque en el ’76 no existía ese concepto, aunque si alguien entiende mejor el hecho llamándolo “leyenda urbana” que lo haga) recorrió la ciudad: se habían descubierto dos o tres camiones frigoríficos con cadáveres desnudos colgando como reses. A este horror se le añadía la amenaza franca y brutal.
La más explícita y abarcante fue la del general Ibérico Saint-Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires, cuya policía estaba en manos del general Camps, quien se jactaría, ya en democracia, de haber hecho desaparecer cinco mil subversivos. (Cuando Camps decía subversivos en lugar de personas sabía por qué lo hacía. “Nosotros”, declaró, “no matamos personas, matamos subversivos”.) La frase-terror de Saint-Jean fue dicha en mayo de 1977, en una cena de oficiales: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después (...) a sus simpatizantes, enseguida (...) a aquellos que permanezcan indiferentes y finalmente mataremos a los tímidos”. Es posible que muchos conozcan esta frase. Pero no escribimos para los que conocen sino para los que no conocen, para los que olvidaron y para los que no quieren recordar.
lunes, marzo 20, 2006
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