Sobre humor político y El Otorongo

Releyendo mi post anterior, veo que no he dicho nada acerca del Otorongo, que es para quienes específicamente colaboro:

Siendo el humor político escaso en nuestro medio, tiene cierta relevancia contar con un semanario que ejerza o trate de ejercer la sátira contra la politiquería local. Aún cuando la acidez y contundencia sea dispareja (me incluyo, claro), el que dicho espacio exista rompe parcialmente la monotonía de una prensa demasiado respetuosa, en el mejor de los casos; y rastrera en los peores ejemplos.

Además de remover la otra monotonía: la de publicaciones gráficas locales, con los dibujantes languideciendo sin posibilidades de entrenarnos en la puntada de coyuntura y sin muchas opciones de ejercer opinión (digamos: casi condenados a la ilustración al peso de libros infantiles). Entrenamiento que se hace necesario porque, francamente, muchos humoristas están a años luz de la educación política de las generaciones anteriores (Monos y Monadas de fines de los 70s y principios de los 80s, El Idiota Ilustrado). Defecto que se hace notorio cuando se entra al juego del humor grueso, homofóbico o sexista y que se hace extensible al suplemento.

A veces tiene lo justo para ilustrar una semana movida. A veces se nota demasiado la dependencia del diario (ya saben, las cortapisas de la línea editorial): nada como el medio alternativo para decir lo que quieres sin las formalidades de la rutina periodística. Formalidades que se traducen en pérdida de la radicalidad de la expresión. Claro, no al extremo de convertirlo a uno en Toño Tapia, el patético dibujante de Correo, que no hace más que graficar las miserias intelectuales y morales de su amo Aldito M.

(Dibujo: Sarah Hotchkiss)